Parece que los denominados Cuentos de Hadas levantan una nube de polémica en este reciente siglo XXI.
En aras del fomento de la igualdad entre la infancia y la prevención de la violencia de género, el Ministerio de Igualdad, con Bibiana Aído a la cabeza; el Instituto de la Mujer y el sindicato FETE-UGT, sientan en el banquillo a los cuentos de hadas acusados de sexistas y violentos. No los quieren inhabilitar – dicen – sólo penalizarlos un poco para adaptarlos.
Entre la polvareda de la nube levantada se encuentran posturas y pareceres de toda índole. Sin embargo llama la atención que entre unas y otra opiniones, bajo las denominaciones de “Cuentos tradicionales” y “Cuentos de Hadas” se meta indistintamente en el mismo paquete a Perrault, a Disney, a los hermanos Grimm, a Andersen… ¿Acabarán también en el lote Carlo Collodi (Pinocho), James M. Barrie (Peter Pan) o Lewis Carroll (Alicia), entre otros?
El término “Cuentos tradicionales” es un tanto impreciso, aunque generalmente hace más bien alusión a los cuentos de tradición oral. Los llamados “Cuentos de Hadas” (tanto si en ellos aparecen o no explícitamente hadas), se denominan también “Cuentos maravillosos o de encantamiento”. Y se trata de historias de origen remoto heredadas de la tradición oral universal.
Posteriormente aparecen a lo largo del tiempo y el espacio figuras como Perrault, Afanasiev o los hermanos Grimm que, conscientes de que ese valioso legado oral podría perderse con el paso de los años, deciden recogerlo por escrito. De esos textos surgen diversas versiones.
Siguiendo el curso de la historia, encontramos a Hans C. Andersen que, basándose en la estructura tradicional de los cuentos de hadas, crea su propia obra como autor literario. Muchos otros escritores ofrecerán a lo largo del siglo XIX y XX grandes obras literarias ya denominadas “clásicas” de la literatura infantil.
¿Y Disney? Bueno, él es punto y aparte. En los cuentos de hadas y clásicos de la literatura infantil llevados a la pantalla por el propio Disney o su factoría, se dan importantes distorsiones. En las versiones Disney, las historias pasan por un tamiz de edulcoración melosa, las obras literarias originales son gratuitamente simplificadas y deformadas. Y buena parte de las simbologías más profundas de los cuentos desaparecen de un plumazo siendo escamoteadas por estereotipos ñoños. Lo más grave de todo: un elevado porcentaje de sus espectadores nunca ha accedido a las fuentes originales de esas historias y muchos, incluso ignoran su existencia.
Aclarados los contenidos del gran paquete-cajón de sastre, vayamos a los cuentos de hadas.
Desde que la humanidad habita la faz de la tierra, no se conoce en el planeta un solo pueblo, una sola etnia, que no haya creado su tradición oral. Las fueron construyendo, en tiempos remotos, desde la más absoluta ausencia de tesis o análisis sesudamente conscientes. Y, curiosamente, por distintas y distantes que sean las culturas, todas coinciden en imaginarios de rasgos comunes. En todos los cuentos del mundo se repite gran número de elementos simbólicos similares o incluso idénticos, por más que se trate de culturas que nunca han estado en contacto.
Como parecen argumentar las mentadas instituciones que sientan a los Cuentos de Hadas en el banquillo, no se trata, pues, de que haya en ellos multitud de “estereotipos”, lo que hay es una enorme riqueza de “arquetipos”, es decir: de imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo (Diccionario de la Real Academia). Y éstos suelen ser más ricos y complejos en tanto en cuanto se ajustan a las versiones más primitivas; menos penalizadas y menos “manoseadas”.
Lo que ocurre, es que el lenguaje de los cuentos de hadas, como el de los mitos, las escrituras sagradas e incluso (me atrevería a decir) el de los sueños, no le habla directamente al raciocinio consciente y analítico. Lanza, más bien, sus palabras como dardos directamente a las dianas del inconsciente simbólico.
La mente primitiva y la mente infantil no escuchan este lenguaje con el oído literal con que se escucha una noticia del telediario para, acto seguido, proceder a analizarla (ni falta que les hace). Las palabras del cuento de hadas entran por un oído por el que atraviesan capas mucho más profundas e irracionales. Esas palabras hablan sobre la vida, sobre los conflictos de la existencia humana y le transmiten al niño asuntos que ni el más concienzudo y elaborado discurso literal lograría comunicarle.
¿Sería capaz algún adulto de responder con una sola opción a preguntas como éstas?:
¿Es usted una persona bondadosa o malvada?
¿Se siente un dechado de virtudes o un ser abominable?
¿Es una persona valiente o cobarde? ¿Sabia o ignorante? ¿Pacífica o agresiva? ¿Hábil o torpe? ¿Con formas de proceder netamente femeninas o netamente masculinas?...
La mente infantil sólo comprende este tipo de conceptos por contraste de contrarios, su estadio de desarrollo todavía no entiende de claroscuros. De modo que, cuando escucha un cuento, tan pronto puede estar identificándose con el listo/a como con el/la torpe, con el/la valiente como con el/la cobarde o, simultáneamente, con éste, la otra y el de más allá. Y si aquello que le está ocurriendo por dentro le interesa mucho, escucharemos a la criatura insistir hasta la saciedad diciendo: “Cuéntamelo otra vez. Otra vez. Otra vez…”
Cuando un adulto narra un cuento a veinte criaturas, cuenta un solo cuento, pero los receptores están escuchando veinte cuentos.
Añadamos una pregunta más:
Su madre de usted ¿es una mamá bondadosa o más bien una madrastra?
La respuesta es sencilla, no se puede optar por esto o por lo otro, en toda madre se fusiona una mamá y una madrastra, pero el lenguaje del cuento necesita disociarlas para perfilar las dos caras de una misma moneda, pues el niño la experimenta como dos entidades separadas.
El lenguaje de lo políticamente correcto está a años luz del lenguaje de los cuentos de hadas. A través de éste, una sola criatura puede convertirse en continente de todos los personajes que aparecen en la historia, de todos y de todas.
En cuanto a la violencia, ni qué decir tiene que es un rasgo natural del ser humano. Que se puede manifestar en nuestro interior y en nuestro entorno externo y que, si al niño no se le previene con cuentos de la existencia de brujas, que haberlas haylas como hay ogros, lobos y otros depredadores, ya sean internos o externos; un día, inevitablemente, se encontrará con ellos y se lo zamparán. Los cuentos avisan, además, de que el mayor de tus depredadores puede habitar en ti mismo/a.
Precisamente por la profundidad de lo que transmiten, necesitan finales felices que resulten alentadores e inyecten la esperanza suficiente en la vida para el crecimiento. Del mismo modo que requieren ser narrados en un contexto emocional cálido y protector.
Ahora bien, ¿que aparecen rasgos sexistas en determinados perfiles femeninos y masculinos de ciertos cuentos de hadas (y ojo a las versiones elegidas)? ¡Por supuesto! Exactamente igual que en una buena parte del legado de una Literatura Universal desarrollada en el seno de sociedades machistas desde sus ancestros. Pretender resolver de un plumazo más de 2000 años de historia con unas formulitas de igualdad, parece una presunción con visos de omnipotencia.
¿Qué hacemos, Sra. Aído? ¿Le damos también unos retoques igualitarios a la Dulcinea del Quijote? ¿Repudiamos las novelas de Caballerías desde el Amadis de Gaula? ¿Hacemos una limpieza a fondo de nuestro Refranero, Romancero o incluso de la Mitología clásica? ¿Desechamos, por ejemplo, El Principito? En sus páginas los únicos personajes femeninos que aparecen son una flor engreída y caprichosa y una serpiente de dudosas intenciones.
Desde la Campaña Educando en Igualdad lanzada por el ministerio, el instituto y el sindicato mencionados, en una de sus guías podemos leer (ahora sí, literalmente), lo siguiente:
Es bueno, por lo tanto adaptar los cuentos y sobre todo, educar con ellos. Y por educar entendemos ayudar a los niños y niñas a desarrollar un sentido crítico, su comprensión del mundo y —función primitiva de los cuentos— a discernir entre el bien y el mal. Los valores que defiende FETE UGT para la educación son los que desea una sociedad democrática, plural, respetuosa con la diversidad y defensora de la plena igualdad entre hombres y mujeres. Estos valores se enseñan desde la escuela y desde la familia y desde los demás agentes educativos. Renunciar a posturas machistas que inculcan a los chicos una falsa superioridad y a las chicas actitudes de sometimiento forma parte del “valor” de educar. Los cuentos presentan modelos de vida, de la misma manera que lo hacen películas, video juegos o anuncios publicitarios. Hoy día, los cuentos cumplen con otro papel: hacer pensar.
(www.educandoenigualdad.com/spip.php?article168)
En lugar de acusar al preciado legado histórico de los cuentos y difundir guías (por cierto, ¡en nombre de la democracia!) absolutamente instructivas, literales, simplistas y pre-programadas desde lo políticamente correcto, ¿por qué no difunden entre los educadores (e incluso en sus propias instituciones) la lectura de ensayos de grandes pilares en esta materia como Bruno Bettelheim o Vladimir Propp? ¿Por qué no dan a conocer obras como Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés?
Y, puestos a ello, por qué no impulsar también, desde el cuento moderno, a Gianni Rodari rescatándolo del olvido en el que va cayendo. Y a los Movimientos de Renovación Pedagógica, algunos de ellos agonizantes a su pesar. ¿Por qué no desempolvan con la famosa Memoria Histórica las Misiones Pedagógicas de la República Española o la Institución Libre de Enseñanza? De buena parte de ello, muchos de nuestros actuales maestros tienen un absoluto desconocimiento.
De lo que hay carencia es de promoción de la cultura, no de consumo de productos de apariencia cultural. En los últimos tiempos parece persistir un peligroso empeño en llamar “educación” a la “instrucción”.
También se mencionan los anuncios publicitarios, videojuegos y películas. Seguramente resultaría más coherente para una sociedad del siglo XXI dejar tranquilas en su contexto histórico las literaturas de origen oral y escrito, para pasar a analizar y controlar exhaustivamente la dudosa calidad de las programaciones infantiles (entre otras) en las cadenas de T.V., los videojuegos o los múltiples tintes sexistas de los anuncios publicitarios que los niños ven en abundancia.
En cuanto al cine, resulta un tanto insólito ver cómo se sigue promocionando desmesuradamente (hasta en braguitas y calzoncillitos) los productos Disney, mientras pasan imperceptibles de puntillas creaciones tan extraordinarias como las de Michel Ocelot, ese afro-francés realizador de cine de animación y autor de películas tan interesantes como Kirikú y la bruja. Un film que, respetando hasta la pulcritud los parámetros de los Cuentos de Hadas, da una magistral vuelta de tuerca contemporánea tanto al tratamiento de la violencia como al del sexismo. Eso sin hablar de otra de sus obras, inexistente en España, precisamente titulada Princes et Princesses. Seis excelentes ejemplos de cuentos del siglo XXI que, en lugar de demoler legados culturales ancestrales para construir sobre sus ruinas bobadas superficiales, se aúpa sobre ellos de forma inteligente y creativa.
El crecimiento; la madurez; el paso de la infancia al mundo adulto y todas sus consecuencias, pérdidas y ganancias; la búsqueda del equilibrio entre la esfera de lo racional y lo emocional; los ritos iniciáticos… son temas universales de la Literatura y de la especie humana en sí misma.
Los cuentos tradicionales nos hablan especialmente del crecimiento: a los niños abandonados o desamparados de los cuentos, acechados por lobos, ogros, brujas, encantamientos y todo tipo de agresiones o peligros, no se les está invitando a otra cosa que a crecer, a enfrentarse con los retos de la existencia. Los mágicos besos de Príncipe Azul que despiertan a las muchachas de su letargo de púberes, no son otra cosa que el despertar sexual. Las bodas dichosas de los cuentos del “fueron felices y comieron perdices”, no son sino una alentadora bienvenida al mundo adulto.
El tema, tanto del crecimiento físico (y envejecimiento), como del crecimiento interior con todos sus equilibrios y desequilibrios, son constantes de la Literatura Universal como lo son de la Historia de la Humanidad.
Los seres humanos deseamos con frecuencia aquello que, o hemos perdido, o no hemos alcanzado y, generalmente, mientras añoramos demasiado lo perdido y subvaloramos en exceso lo alcanzado, olvidamos que existe una armonía posible.
Una vez vivida - con mayor o menor fortuna -, la infancia, sabemos que, de cualquier modo, es una isla a la que nunca jamás, para bien o para mal, podremos regresar. Tal vez por eso se tiende a idealizarla. La quimera estriba en el sueño de poder recuperar exclusivamente de ella y para siempre sus más deliciosos encantos. Pero eso es patrimonio exclusivo de “ese adorable cretino” llamado Peter Pan, porque nosotros siempre estamos comenzando a crecer, y crecer suele conllevar sus controversias, sus dolores y sus pequeñas muertes. Vivimos, en definitiva, porque morimos (otra cosa es sobrevivir).
Para aliviar esos dolores, para atenuar el miedo, para explicarnos el mundo y seguir creciendo, tenemos a nuestro servicio ese “otro” lenguaje animado por la Voz Universal de la Humanidad, sin distinción de fronteras, espacios, tiempos, culturas, creencias o sexos.
En aras del fomento de la igualdad entre la infancia y la prevención de la violencia de género, el Ministerio de Igualdad, con Bibiana Aído a la cabeza; el Instituto de la Mujer y el sindicato FETE-UGT, sientan en el banquillo a los cuentos de hadas acusados de sexistas y violentos. No los quieren inhabilitar – dicen – sólo penalizarlos un poco para adaptarlos.
Entre la polvareda de la nube levantada se encuentran posturas y pareceres de toda índole. Sin embargo llama la atención que entre unas y otra opiniones, bajo las denominaciones de “Cuentos tradicionales” y “Cuentos de Hadas” se meta indistintamente en el mismo paquete a Perrault, a Disney, a los hermanos Grimm, a Andersen… ¿Acabarán también en el lote Carlo Collodi (Pinocho), James M. Barrie (Peter Pan) o Lewis Carroll (Alicia), entre otros?
El término “Cuentos tradicionales” es un tanto impreciso, aunque generalmente hace más bien alusión a los cuentos de tradición oral. Los llamados “Cuentos de Hadas” (tanto si en ellos aparecen o no explícitamente hadas), se denominan también “Cuentos maravillosos o de encantamiento”. Y se trata de historias de origen remoto heredadas de la tradición oral universal.
Posteriormente aparecen a lo largo del tiempo y el espacio figuras como Perrault, Afanasiev o los hermanos Grimm que, conscientes de que ese valioso legado oral podría perderse con el paso de los años, deciden recogerlo por escrito. De esos textos surgen diversas versiones.
Siguiendo el curso de la historia, encontramos a Hans C. Andersen que, basándose en la estructura tradicional de los cuentos de hadas, crea su propia obra como autor literario. Muchos otros escritores ofrecerán a lo largo del siglo XIX y XX grandes obras literarias ya denominadas “clásicas” de la literatura infantil.
¿Y Disney? Bueno, él es punto y aparte. En los cuentos de hadas y clásicos de la literatura infantil llevados a la pantalla por el propio Disney o su factoría, se dan importantes distorsiones. En las versiones Disney, las historias pasan por un tamiz de edulcoración melosa, las obras literarias originales son gratuitamente simplificadas y deformadas. Y buena parte de las simbologías más profundas de los cuentos desaparecen de un plumazo siendo escamoteadas por estereotipos ñoños. Lo más grave de todo: un elevado porcentaje de sus espectadores nunca ha accedido a las fuentes originales de esas historias y muchos, incluso ignoran su existencia.
Aclarados los contenidos del gran paquete-cajón de sastre, vayamos a los cuentos de hadas.
Desde que la humanidad habita la faz de la tierra, no se conoce en el planeta un solo pueblo, una sola etnia, que no haya creado su tradición oral. Las fueron construyendo, en tiempos remotos, desde la más absoluta ausencia de tesis o análisis sesudamente conscientes. Y, curiosamente, por distintas y distantes que sean las culturas, todas coinciden en imaginarios de rasgos comunes. En todos los cuentos del mundo se repite gran número de elementos simbólicos similares o incluso idénticos, por más que se trate de culturas que nunca han estado en contacto.
Como parecen argumentar las mentadas instituciones que sientan a los Cuentos de Hadas en el banquillo, no se trata, pues, de que haya en ellos multitud de “estereotipos”, lo que hay es una enorme riqueza de “arquetipos”, es decir: de imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo (Diccionario de la Real Academia). Y éstos suelen ser más ricos y complejos en tanto en cuanto se ajustan a las versiones más primitivas; menos penalizadas y menos “manoseadas”.
Lo que ocurre, es que el lenguaje de los cuentos de hadas, como el de los mitos, las escrituras sagradas e incluso (me atrevería a decir) el de los sueños, no le habla directamente al raciocinio consciente y analítico. Lanza, más bien, sus palabras como dardos directamente a las dianas del inconsciente simbólico.
La mente primitiva y la mente infantil no escuchan este lenguaje con el oído literal con que se escucha una noticia del telediario para, acto seguido, proceder a analizarla (ni falta que les hace). Las palabras del cuento de hadas entran por un oído por el que atraviesan capas mucho más profundas e irracionales. Esas palabras hablan sobre la vida, sobre los conflictos de la existencia humana y le transmiten al niño asuntos que ni el más concienzudo y elaborado discurso literal lograría comunicarle.
¿Sería capaz algún adulto de responder con una sola opción a preguntas como éstas?:
¿Es usted una persona bondadosa o malvada?
¿Se siente un dechado de virtudes o un ser abominable?
¿Es una persona valiente o cobarde? ¿Sabia o ignorante? ¿Pacífica o agresiva? ¿Hábil o torpe? ¿Con formas de proceder netamente femeninas o netamente masculinas?...
La mente infantil sólo comprende este tipo de conceptos por contraste de contrarios, su estadio de desarrollo todavía no entiende de claroscuros. De modo que, cuando escucha un cuento, tan pronto puede estar identificándose con el listo/a como con el/la torpe, con el/la valiente como con el/la cobarde o, simultáneamente, con éste, la otra y el de más allá. Y si aquello que le está ocurriendo por dentro le interesa mucho, escucharemos a la criatura insistir hasta la saciedad diciendo: “Cuéntamelo otra vez. Otra vez. Otra vez…”
Cuando un adulto narra un cuento a veinte criaturas, cuenta un solo cuento, pero los receptores están escuchando veinte cuentos.
Añadamos una pregunta más:
Su madre de usted ¿es una mamá bondadosa o más bien una madrastra?
La respuesta es sencilla, no se puede optar por esto o por lo otro, en toda madre se fusiona una mamá y una madrastra, pero el lenguaje del cuento necesita disociarlas para perfilar las dos caras de una misma moneda, pues el niño la experimenta como dos entidades separadas.
El lenguaje de lo políticamente correcto está a años luz del lenguaje de los cuentos de hadas. A través de éste, una sola criatura puede convertirse en continente de todos los personajes que aparecen en la historia, de todos y de todas.
En cuanto a la violencia, ni qué decir tiene que es un rasgo natural del ser humano. Que se puede manifestar en nuestro interior y en nuestro entorno externo y que, si al niño no se le previene con cuentos de la existencia de brujas, que haberlas haylas como hay ogros, lobos y otros depredadores, ya sean internos o externos; un día, inevitablemente, se encontrará con ellos y se lo zamparán. Los cuentos avisan, además, de que el mayor de tus depredadores puede habitar en ti mismo/a.
Precisamente por la profundidad de lo que transmiten, necesitan finales felices que resulten alentadores e inyecten la esperanza suficiente en la vida para el crecimiento. Del mismo modo que requieren ser narrados en un contexto emocional cálido y protector.
Ahora bien, ¿que aparecen rasgos sexistas en determinados perfiles femeninos y masculinos de ciertos cuentos de hadas (y ojo a las versiones elegidas)? ¡Por supuesto! Exactamente igual que en una buena parte del legado de una Literatura Universal desarrollada en el seno de sociedades machistas desde sus ancestros. Pretender resolver de un plumazo más de 2000 años de historia con unas formulitas de igualdad, parece una presunción con visos de omnipotencia.
¿Qué hacemos, Sra. Aído? ¿Le damos también unos retoques igualitarios a la Dulcinea del Quijote? ¿Repudiamos las novelas de Caballerías desde el Amadis de Gaula? ¿Hacemos una limpieza a fondo de nuestro Refranero, Romancero o incluso de la Mitología clásica? ¿Desechamos, por ejemplo, El Principito? En sus páginas los únicos personajes femeninos que aparecen son una flor engreída y caprichosa y una serpiente de dudosas intenciones.
Desde la Campaña Educando en Igualdad lanzada por el ministerio, el instituto y el sindicato mencionados, en una de sus guías podemos leer (ahora sí, literalmente), lo siguiente:
Es bueno, por lo tanto adaptar los cuentos y sobre todo, educar con ellos. Y por educar entendemos ayudar a los niños y niñas a desarrollar un sentido crítico, su comprensión del mundo y —función primitiva de los cuentos— a discernir entre el bien y el mal. Los valores que defiende FETE UGT para la educación son los que desea una sociedad democrática, plural, respetuosa con la diversidad y defensora de la plena igualdad entre hombres y mujeres. Estos valores se enseñan desde la escuela y desde la familia y desde los demás agentes educativos. Renunciar a posturas machistas que inculcan a los chicos una falsa superioridad y a las chicas actitudes de sometimiento forma parte del “valor” de educar. Los cuentos presentan modelos de vida, de la misma manera que lo hacen películas, video juegos o anuncios publicitarios. Hoy día, los cuentos cumplen con otro papel: hacer pensar.
(www.educandoenigualdad.com/spip.php?article168)
En lugar de acusar al preciado legado histórico de los cuentos y difundir guías (por cierto, ¡en nombre de la democracia!) absolutamente instructivas, literales, simplistas y pre-programadas desde lo políticamente correcto, ¿por qué no difunden entre los educadores (e incluso en sus propias instituciones) la lectura de ensayos de grandes pilares en esta materia como Bruno Bettelheim o Vladimir Propp? ¿Por qué no dan a conocer obras como Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés?
Y, puestos a ello, por qué no impulsar también, desde el cuento moderno, a Gianni Rodari rescatándolo del olvido en el que va cayendo. Y a los Movimientos de Renovación Pedagógica, algunos de ellos agonizantes a su pesar. ¿Por qué no desempolvan con la famosa Memoria Histórica las Misiones Pedagógicas de la República Española o la Institución Libre de Enseñanza? De buena parte de ello, muchos de nuestros actuales maestros tienen un absoluto desconocimiento.
De lo que hay carencia es de promoción de la cultura, no de consumo de productos de apariencia cultural. En los últimos tiempos parece persistir un peligroso empeño en llamar “educación” a la “instrucción”.
También se mencionan los anuncios publicitarios, videojuegos y películas. Seguramente resultaría más coherente para una sociedad del siglo XXI dejar tranquilas en su contexto histórico las literaturas de origen oral y escrito, para pasar a analizar y controlar exhaustivamente la dudosa calidad de las programaciones infantiles (entre otras) en las cadenas de T.V., los videojuegos o los múltiples tintes sexistas de los anuncios publicitarios que los niños ven en abundancia.
En cuanto al cine, resulta un tanto insólito ver cómo se sigue promocionando desmesuradamente (hasta en braguitas y calzoncillitos) los productos Disney, mientras pasan imperceptibles de puntillas creaciones tan extraordinarias como las de Michel Ocelot, ese afro-francés realizador de cine de animación y autor de películas tan interesantes como Kirikú y la bruja. Un film que, respetando hasta la pulcritud los parámetros de los Cuentos de Hadas, da una magistral vuelta de tuerca contemporánea tanto al tratamiento de la violencia como al del sexismo. Eso sin hablar de otra de sus obras, inexistente en España, precisamente titulada Princes et Princesses. Seis excelentes ejemplos de cuentos del siglo XXI que, en lugar de demoler legados culturales ancestrales para construir sobre sus ruinas bobadas superficiales, se aúpa sobre ellos de forma inteligente y creativa.
El crecimiento; la madurez; el paso de la infancia al mundo adulto y todas sus consecuencias, pérdidas y ganancias; la búsqueda del equilibrio entre la esfera de lo racional y lo emocional; los ritos iniciáticos… son temas universales de la Literatura y de la especie humana en sí misma.
Los cuentos tradicionales nos hablan especialmente del crecimiento: a los niños abandonados o desamparados de los cuentos, acechados por lobos, ogros, brujas, encantamientos y todo tipo de agresiones o peligros, no se les está invitando a otra cosa que a crecer, a enfrentarse con los retos de la existencia. Los mágicos besos de Príncipe Azul que despiertan a las muchachas de su letargo de púberes, no son otra cosa que el despertar sexual. Las bodas dichosas de los cuentos del “fueron felices y comieron perdices”, no son sino una alentadora bienvenida al mundo adulto.
El tema, tanto del crecimiento físico (y envejecimiento), como del crecimiento interior con todos sus equilibrios y desequilibrios, son constantes de la Literatura Universal como lo son de la Historia de la Humanidad.
Los seres humanos deseamos con frecuencia aquello que, o hemos perdido, o no hemos alcanzado y, generalmente, mientras añoramos demasiado lo perdido y subvaloramos en exceso lo alcanzado, olvidamos que existe una armonía posible.
Una vez vivida - con mayor o menor fortuna -, la infancia, sabemos que, de cualquier modo, es una isla a la que nunca jamás, para bien o para mal, podremos regresar. Tal vez por eso se tiende a idealizarla. La quimera estriba en el sueño de poder recuperar exclusivamente de ella y para siempre sus más deliciosos encantos. Pero eso es patrimonio exclusivo de “ese adorable cretino” llamado Peter Pan, porque nosotros siempre estamos comenzando a crecer, y crecer suele conllevar sus controversias, sus dolores y sus pequeñas muertes. Vivimos, en definitiva, porque morimos (otra cosa es sobrevivir).
Para aliviar esos dolores, para atenuar el miedo, para explicarnos el mundo y seguir creciendo, tenemos a nuestro servicio ese “otro” lenguaje animado por la Voz Universal de la Humanidad, sin distinción de fronteras, espacios, tiempos, culturas, creencias o sexos.
Ana-Luisa Ramírez - Maestra y asesora didáctica
“La idea de que el aprender a leer puede facilitar, más tarde, el enriquecimiento de la propia vida, se experimenta como una promesa vacía si las historias que el niño escucha o lee son superficiales.”
Bruno Bettelheim
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